En reconocimiento a estos primeros inmigrantes, el Gobierno Nacional estableció el 30 de marzo como el Día de la Etnia China. Ellos, al igual que miles de obreros de otras partes, tuvieron que soportar difíciles condiciones climáticas, enfermedades y cambios socioculturales. Los esfuerzos y sacrificios de todos hicieron posible que en 1855 el ferrocarril cruzara del Atlántico al Pacífico.
Transcurrieron treinta años y, una vez más, miles de chinos acudieron al llamado de los zapadores franceses, quienes habían aceptado los retos de penetrar la selva y los bosques, limpiar las malezas, colocar dinamita, cargar rocas, separar montañas, dominar los ríos, construir puentes y levantar pueblos para crear un camino de agua que uniera a dos grandes océanos. Al tiempo de estar trabajando y tomando en cuenta que los contratistas no cumplieron sus promesas y ante las oportunidades que se presentaban en el Istmo, muchos chinos dejaron el pico y la pala y se dedicaron a actividades comerciales, tanto en el Barrio Chino como en los pueblos a lo largo de la línea de construcción del canal.
Después de casi 20 años de esfuerzos, los franceses fracasaron. Al quedar cesantes, muchos chinos se tuvieron que trasladar a otras partes, incluyendo pueblos en el interior del país.
Luego que EE. UU. adquiriera las propiedades del Canal, algunos fueron contratados en forma directa en los primeros años. De 1905 a 1907, la Comisión del Canal Ístmico intentó que ellos participaran en la terminación de la obra, pero encontró oposición de parte de varios grupos, incluyendo del gobierno chino, el cual no permitió a sus ciudadanos venir a Panamá a trabajar. Debido a esto, se dio inicio a un reclutamiento masivo en las islas del Caribe y algunos países europeos. Sin embargo, los chinos residentes establecieron tiendas y negocios y sembraban hortalizas a lo largo de la ruta canalera para proporcionar alimentos y mercancías secas a los trabajadores. También les llevaban agua y les proporcionaban crédito.
Durante los primeros años de vida republicana, los chinos continuaron llegando a Panamá. Algunos trajeron sus familias, mientras que otros comenzaron a formar familias con personas de otras etnias. Se establecieron en todos los rincones del país. Con mucho esfuerzo, inculcaron en sus hijos los valores que sus antepasados les habían legado, sobre todo, la dedicación al trabajo, la honestidad, la responsabilidad y el agradecimiento por su nueva patria.
A medida que los descendientes de los primeros chinos culminaban sus estudios superiores y universitarios, aumentó el número de profesionales que cada día se fue integrando más a todos los sectores de la sociedad panameña. Poco a poco, fueron ocupando altas posiciones en el gobierno y en puestos de elección popular. En el presente, se destacan en actividades comerciales, industriales, educativas, científicas, profesionales, deportivas, literarias y artísticas, entre otras.
Después de 169 años, las vivencias de los primeros inmigrantes y las de sus descendientes deben servir para fortalecer los sentimientos de fraternidad hacia este grupo étnico, que por un lado, con su sudor, su sangre, sus lágrimas, sus sueños frustrados y sus vidas, y por otro, con su trabajo, su dedicación, su iniciativa, sus esperanzas y sus esfuerzos aportan al desarrollo integral de nuestro país.
Las historias de estos inmigrantes y las de sus descendientes panameños deben ser contadas con mucho orgullo a todas las generaciones futuras y al mundo entero porque la historia de la presencia china en el país es también la historia de Panamá.
Agradezco la oportunidad de permitirme enviarles un saludo especial y compartir con todos ustedes esta celebración del Día de la Etnia China.
Muchas gracias,